miércoles, 6 de agosto de 2008

Marzo 4

Cuánto te extrañé esta noche a la salida del teatro, al ver a otros entrelazados de la mano pasear bajo el rocío que se fundía en cristales de hielo sobre los faroles de la calle. Me faltó tu mano afinada y cálida para estrangularla en un te adoro que anidara en el bolsillo de mi abrigo. De ronda por aquel sector arraigado al Siglo XVIII, te pensé conmigo entre los comensales a una mesa para dos, con su candelabro encendido y en la audición de un piano y un violín. Sobre el eco de mis pasos, te imaginé tratando de responder a mi pregunta: ¿Por qué tanto te amo y de esta manera? Por un momento creí ver en el mío un vaho tibio exhalar de tu sonrisa. La percepción de tu aliento en forma de nubecita sobrevoló balcones y campanarios. La seguí cual si fueras a bordo, hasta confundirse con la noche. Cuando bajé hacia mí, ya la calle estaba a merced de sus fantasmas, y yo de los míos. Y así, hoy más no quiero sólo imaginarte, sino de veras tenerte y que me tengas.

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